lunes, 28 de octubre de 2013

La demora inexplicable



Esa noche Hernán estaba cansado e, internamente, Rodrigo sospechaba que no le costaría mucho hacerlo dormir.

-Era la época en que tu tío todavía buscaba ganarse la vida como inventor, antes de que descubriese el motor de mecánica gestáltica y se dedicase a la bicicleta financiera. En esa ocasión me pidió que lo ayudara a probar el funcionamiento de uno de sus experimentos, el neuroempatizador. La máquina, en teoría, debía permitir que una persona pudiese sentir lo mismo que otra, incluso acceder a sus pensamientos y emociones. Para eso nos fuimos hasta la tercera luna del planeta valenciano de la galaxia Unioneurópia. Teníamos todos los instrumentos preparados, cuando un mal funcionamiento en el motor de salto hiperespacial catapultó la nave donde yo estaba directo a un agujero negro. Todavía sabíamos muy poco acerca de las alteraciones de las leyes físicas caóticas, así que, sin poder hacer nada, me dejé llevar por la corriente espaciotemporal y esperé lo mejor. Por suerte solo fue un viaje temporal al pasado y terminé cerca del planeta tierra algunos milenios atrás. Recuerdo muy bien que al instante de descubrir donde estaba fantaseé como un tonto con la idea de visitar el planeta desde donde había surgido la humanidad, pero mi nave chocó con algo que desconocía. Al estabilizar los controles y realizar el escaneo de las inmediaciones, descubrí que había colisionado con una nave que formaba parte de lo que parecía ser un escuadrón de guerra. Inmediatamente activé los controles de salto hiperespacial para regresar a mi tiempo lo antes posible. Pero, ya que estaba, mientras esperaba a que se preparen las coordenadas para el nuevo salto, decidí activar el neuroempatizador del tío y apuntarlo hacia la nave que acababa de chocar. Si el aparato funcionaba, conocería de antemano si era considerado una amenaza y que plan de ataque utilizarían. Sin embargo lo que descubrí me sorprendió muchísimo. Ya me estaba resultando raro que hubiese naves espaciales de combate cerca de la tierra a mediados del Siglo veinte, porque esa era una tecnología a que la humanidad aún no poseía en ese momento, y mas me sorprendió ver que quienes habitaban el artefacto no eran seres humanos. Eran bastante parecidos, es cierto, pero tenían muchísimos dedos en cada una de sus manos. Pude sentir también como el capitán de la nave con la cual había colisionado se había asustado muchísimo a causa del choque y que eso, de alguna manera, lo había hecho sentirse libre, casi que estaba agradecido por aquel hecho fortuito. Lo último que vi., mientras mi nave regresaba al hiperspacio, era como esa misma nave daba media vuelta y atacaba a las otras naves de su propio escuadrón. Y como luego de haber sido atacadas estas también abrían fuego todas juntas contra la nave insignia que momentos antes escoltaban.
Derribando sus miedos y apilando sus temores ya en desuso, los tripulantes de aquellas naves elegían la libertad a la calma, la adrenalina a la quietud. La felicidad de la rebelión vencía al miedo que le tenían a la muerte.-

Rodrigo quería continuar contándole la historia a su hijo, todas las escalas que se había visto obligado a hacer antes de poder regresar a su propio tiempo y a su propia galaxia. Pero Hernán ya estaba dormido, y era mejor guardar silencio y reservarse las historias para otra noche.

lunes, 21 de octubre de 2013

Los Gornai



Rodrigo dio el beso de las buenas noches a Hernán y cuidó de que quedara bien tapado para otra  fría noche en la base lunar. Confiaba en que Hernán no se conformaría solo con eso. Y así fue, pues el niño le pidió que le contara, como todas las noches, una de sus aventuras.

“Hoy voy a contarte sobre cuando llegué a Gorn. Me habían contratado para transportar un cargamento desde Frutón hasta la Tierra, por lo que me esperaba un viaje largo. No había recorrido ni medio camino cuando uno de mis propulsores falló. Seguir con un solo propulsor hubiera sido algo peligroso, por lo que busqué el planeta más cercano donde poder aterrizar y reparar la astronave. Resultó ser Gorn, un gran planeta de categoría A, lo que significa que los seres humanos podemos respirar y caminar por él sin necesidad de equipamiento.
 Aterricé unas horas después en un desierto verde y gris. Programé unos cuantos cientos de nanobots para que revisaran todos los mecanismos de la astronave, pero el proceso llevaría por lo menos una semana. Mientras tanto, busqué en mi computadora información sobre el planeta en el que me encontraba. En esa época cuando todavía era posible encontrar planetas y culturas desconocidos para el hombre, había que prepararse de la mejor manera posible, y hacía falta tener toda la información disponible sobre cada lugar. Resultó que Gorn estaba habitado por una especie primitiva, los Gornai.  Como todavía desconocían la existencia de vida más allá de su planeta no consistían ningún problema mientras no me advirtieran. Pero no se sabía como reaccionarían ante una potencial amenaza desconocida, o sea yo.
 Siempre estuve dispuesto a sumar información en la base de datos de la humanidad, por lo que decidí salir a investigar. Llegar hasta lugar habitado me llevó más tiempo del planeado, porque la gravedad de ese planeta es ligeramente superior a la de la tierra.
 Usando mi perceptor audiocular, pude observar una pequeña tribu Gornai a una distancia segura. Era un espectáculo maravilloso. Los Gornai, seres similares a los humanos aunque de menor estatura y mayor musculatura, no vestían ropa alguna. Sin embargo, tenía frente a mí todo el espectro de los colores en movimiento. Pasé unos cuantos días espiándolos antes de entender que está en la naturaleza de los Gornai que sus acciones se dibujen en sus cuerpos. Para cualquiera que sepa leer los signos, no hay secretos entre los Gornai: alcanza con mirarlos atentamente para saber su historia, sus pensamientos, su yo.
 Años más tarde leí algunas disertaciones sobre los Gornai. Parece ser que hubo épocas en las que usaban su conocimiento para dañarse. Y aunque el uso de la ropa es totalmente innecesario para su cultura y para el templado clima de su planeta, algunos Gornai cuidadosos o arrepentidos la usaban, generando desconfianza entre ellos.
 Otros recurrían a medidas más drásticas. Para ocultar, y hasta para intentar olvidar, amputaban parte de su cuerpo, y así también de su historia.
 Pero cuando yo llegué a Gorn esas épocas oscuras ya habían terminado. Lo que yo pude ver fue a un pueblo viviendo en armonía, un pueblo en el que sus miembros se comprenden unos a otros, y se ayudan para que sus dibujos sean cada día más hermosos, y para que el dibujo que empieza en uno continúe en otros.”

- ¿Y qué le había pasado a la astronave? ¿Por qué falló?
- Nunca lo supe. Creo que el destino quería que yo forme parte de un dibujo más grande.  

Introducción

Corre el año 3.604 en la tierra. La ciencia y la tecnología lograron avances inimaginables para nosotros, haciendo de la vida del hombre algo diferente a lo que estamos acostumbrados. Los viajes interplanetarios y el encuentro con los seres de otras galaxias, y hasta de otras dimensiones, son habituales; así como la creación de dispositivos para curar el cuerpo, para hablar en cualquier idioma del universo, o para no necesitar respirar en el espacio.
Pero algunas costumbres milenarias se mantuvieron. Y así, en la base lunar 451, Rodrigo cuenta a su hijo Hernán una historia distinta cada día, antes de dormir... verdaderas o inventadas, sobre sus propias aventuras o las de otros, en la tierra, en la luna, o en el espacio.