lunes, 14 de abril de 2014

A Itineris



 “El perro se acercó al extraño con curiosidad. Nunca había sentido un olor parecido, pero algo en su forma de caminar lo mantenía tranquilo. Quiso verle la cara, pero se encontró con su propio reflejo en el casco del visitante, que siguió caminando sin prestarle atención.
 Era junio, y por las noches hacía mucho frío. El extraño no se cruzaría más que con el perro, a no ser que alguien lo estuviese esperando. Las botas de su traje espacial aplastaban la abundante maleza. El perro siguió al hombre, mientras este se acercaba a un grupo de árboles buscando algo. Aparentemente lo encontró, pues se sacó el casco y habló a la oscuridad:
- Ya estoy listo.

 No pude resistirlo, y salí de mi escondite antes de saber a quién le hablaba.
-¡No te vayas, Norberto!
 Todo sucedió muy rápido. Tu tío Norberto se sobresaltó, y apenas reaccionó fue con mucho enojo. Alguien me agarró de atrás, inmovilizándome completamente. El perro comenzó a ladrarnos a los tres.
-¿Qué haces acá, Rodrigo? ¡Te dije que te quedes en casa! – tu tío estaba alteradísimo.
-¿No te das cuenta que esto está mal? ¡Mirá como me tienen agarrado!
Norberto se quedó helado.
-Soltalo, Alea – el tal Alea aflojó un poco la tensión, sin dejar de agarrarme. - Soltalo te dije- en un movimiento brusco, me deshice del agarrón yo mismo.
-¿Le dijiste algo a papá?- Norberto realmente estaba preocupado.
- ¿Como te iba a hacer eso? Pero tenés que dejar esto.
-No seas cobarde. Me voy, hoy mismo. Necesito que lo entiendas.

 Y entonces se me acercó y puso una mano en mi hombro. Entendí que el destino de mi hermano continuaba en Itineris, y no en la tierra. Le di un abrazo que él, con su traje puesto, no pudo responder. No había nada más que decir. No era un adiós, era un hasta luego. Pero era uno bastante doloroso.
 Lamenté no tener edad aún para pilotear una nave… a diferencia de Norberto yo no tenía la posibilidad de desobedecer a nuestros padres y comenzar prematuramente mi carrera en otro planeta.
 La nave de Alea, el caza talentos, desapareció entre las estrellas, dejándome a los catorce años más solo que nunca. El perro se me acercó y lamió mi mano. Lo acaricié en la cabeza, y volví a casa con él a mi lado".

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