
Luego
de haber recibido las coordenadas de aterrizaje, dejé mi nave en el taller y
acordé con los técnicos que la reparasen a cambio de algunas piezas de
repuestos que tenía en el depósito olvidadas desde hacía tiempo. Me ofrecieron
un camarote durante mi estadía y una vez instalado fui a recorrer un poco la
ciudad. Estaban los niveles superiores, donde se encontraban los habitáculos, camarotes,
comercios, cantinas y los puestos de intercambio cercanos a las plataformas de
aterrizaje. Vedadas en los niveles inferiores, se encontraban las salas de
máquinas, las calderas y las habitaciones de los Capitanes. Nunca nadie los
había visto y nada se sabía de ellos. Era increíble pensar que toda esa masa de
maquinarias oxidadas, derruidas y rechinantes se mantuvieran en funcionamiento.
Cabe aclarar que pasado el deslumbramiento inicial, el lugar resultaba bastante
hostil y poco amigable. Los habitantes de la fortaleza eran, por lo general,
mercenarios de paso o seres deseando escaparse de sus pasados, o de sus destinos.
Sin
mucho que hacer, me dirigí a una cantina en el distrito comercial. Ahí dentro
me acodé en la barra y me dediqué a leer una revista de actualidades que había
comprado. Tenía más de un siglo de antigüedad ya que no llegaban publicaciones
recientes a ese planeta. Al rato, escuché a mis espaldas una discusión que
aumentaba en volumen y fuerza, eran dos hombres, ambos vestidos con ropa de
cuero negro, que jugaban a las cartas. Aparentemente, el ganador se quedaría
con un perro gris que los miraba entretenido. Ambos lo reclamaban como propio y
ninguno daba el brazo a torcer. Al aumentar la tensión, el cantinero se me
acercó y dijo que debía cobrarme en ese momento porque probablemente aquella
discusión terminaría mal y no quería que en el revuelo de la pelea yo me
escapase sin pagar la cuenta. No llegué a sacar el dinero cuando varios
guardias entraron al local, dispuestos a detener la pelea que estaba por
comenzar. Lejos de sentirse disuadidos, los dos hombres dejaron de lado sus
diferencias y los atacaron abriendo fuego.
Pude
escabullirme debajo de una mesa y llegar hasta la puerta de salida gateando
mientras las balas zumbaban y el perro, por el que antes se peleaban, atacaba a
un guardia a mi lado que había querido detener mi salida. Con la mirada le hice
una seña al cantinero indicándole que le dejaba el dinero en una rendija de la
entrada, y me alejé del lugar antes de que llegasen los refuerzos.-
- Papá, ¿quién se quedó con el perro al final?-
- Creo
que fue un empate. Desde la ventana de mi camarote pude ver como los dos
hombres y el perro escapaban de la fortaleza en una verdadera antigüedad: un
automóvil del siglo veinte; andando por el desierto hacia el atardecer.
Poco
después, me avisaron que los arreglos de mi nave habían concluido y pude dejar
aquel planeta desértico en el que la violencia y las amistades parecían
forjarse día a día.-
Ah! Es igualito a como son las cosas ahora que toda la familia se pelea por ver quién saca a pasear el perrito a la noche antes de irse a dormir.
ResponderEliminarIdéntico.
Saludos
J.
Hahahaha. Chocho el rrope no?
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