jueves, 2 de julio de 2015

1- Oscuridades

 La moderna torre Vidrio-Solar dividía el atardecer en dos partes iguales. El sol, poniéndose detrás del edificio, dejaba a Andrés Di’Oyo en las sombras. Casi todas las personas se sentían pequeñas ante el Vidrio-Solar, pero no Andrés. Él no se dejaba intimidar, y no olvidaba su propio tamaño, aún ante la enormidad.
 El portero mecánico de la torre se acercó al hombre que todavía preparaba su equ
ipamiento. Se trataba de un antiguo robot Mirror, de la serie doméstica. Andrés se sorprendió, pues esperaba un portero nuevo tratándose de un edificio tan lujoso. Pero al fin y al cabo, aun los ricos podían darle atributos humanos a sus robots a veces, encariñarse con ellos y querer conservarlos. Y los ricos podían pagar las actualizaciones necesarias para sostener esa excentricidad en el tiempo.
 Una vez que preparó sus herramientas, fue hacia las puertas del Vidrio-Solar que el autómata abrió frente a él, mientras le indicaba el camino al ascensor. Una señora que claramente intentaba ocultar su edad en ropa a la última moda los miró al pasar, sorprendida. Cuando Andrés le dio los buenos días, la señora dio vuelta la cabeza ofendida, murmurando que estaba harta de que los agentes del gobierno tomaran sus robots, que era un escándalo, y otras cosas menos halagadoras. Andrés no se dio por enterado, subió al ascensor, y marcó el último piso.
 Mientras subía los 316 pisos, Andrés tuvo algunos minutos para repasar en el manual electrónico las características del robot al que debía reubicar. No era un modelo particularmente peligroso, se trataba de un Limpiador. Pero el hecho de que se hubiera escondido por tanto tiempo indicaba que no deseaba ser desconectado, y que probablemente lucharía antes de dejarse llevar.
 El robot llevaba dieciséis años y medio funcionando. Por su fabricación, ese modelo de Limpiador podía tener una vida útil de entre veinticinco y treinta años. Claro que, por lo general, los robots eran cambiados mucho antes por un modelo que cumpliera la misma función más eficientemente, o que cumpliera más funciones. O, a veces, solo por uno más agradable a la vista, o más caro y que, por lo tanto, dé más prestigio a su dueño.
 Con más de tres años de utilidad antes de tener que ser actualizado por primera vez, el destino del Limpiador hubiera sido el de ser trasladado a un nuevo hogar. Los robots que funcionaban, cuando eran reemplazados, eran vendidos por sus dueños, o reubicados por el gobierno. Solo los que presentaban fallas o estaban obsoletos eran llevados al Taller donde se los actualizaba o reciclaba.
 Pero cuando un robot se negaba a ser relocalizado, el destino era único: destrucción. Sin importar el modelo ni la función que cumpliera, un porcentaje, mínimo por cierto, de robots se rebelaba en algún momento de su existencia, con frecuencia cercano a su reemplazo. Se negaba a cumplir órdenes de su dueño, escapaba o, en casos aun más limitados, cometía crímenes.
 Hay cientos de teorías de distintos diseñadores, ingenieros, y hasta filósofos de por qué sucedía esto. Pero solo eran eso, teorías. Y en la práctica, era la primera vez que Andrés, empleado de la Unidad de Relocalización de Robots Abandonados, debía enfrentar a uno de ellos.

 Andrés bajó del ascensor con su estómago rugiendo. Frenó un instante y cerró los ojos para relajarse. Después, fue hacia la puerta-trampa que llevaba al ático del edificio, la abrió, y subió por la escalerilla que se desplegó ante él. Subió a la penumbra, a la mugre, y, aunque todavía no lo sabía, hacia su nueva vida.
-       La oscuridad es grande… Extraño la luz, ¿sabés? Pero la oscuridad es grande, lo suficiente como para escondernos a ambos.
 Sus ojos brillantes son lo único que Andrés puede ver en el ático, aunque el autómata intenta taparlos con sus brazos neumáticos.
-       Yo no vengo a esconderme, Limpiador. Y creo que lo sabés bien.
-       Sí, sé quién sos. Tengo cincuenta y cuatro entradas de “U.R.R.A.” almacenadas en mi memoria, treinta de las cuales están acompañadas del logo que está estampado en tu camisa.
-       Entonces también sabés que estás programado para obedecerme, y que si el programa falla estoy autorizado para desactivarte, o de no ser posible destruirte acá mismo.
El Robot tardó en responder. Como si pensara, como si procesara información a la misma velocidad que un humano.
-       Sí, lo sé, y aún así quiero intentar prolongar este momento lo más posible…
-       ¿Es que acaso te gusta la oscuridad? Debés tener hambre, después de tanto tiempo sin energía solar para tus baterías.
-       No, exactamente. No me gusta la oscuridad.
-       ¿Y entonces, Limpiador?
-       Siempre supe que era distinto, como robot. Sacaba otras conclusiones ante los mismos datos, distintas a las de los otros robots, y aun así con su propia lógica. Por eso rebelarme fue tan fácil, sabía que una actualización no era posible para mí. Y que tarde o temprano, aunque ahora me reubicaran, iba a quedar obsoleto. Por eso huí a este altillo, donde quizá se olvidarían de mí…
-       No entiendo…
-       Es que acá la oscuridad está afuera, a mi alrededor. Donde vos querés llevarme, está adentro.
Andrés no sabía por qué lo hacía. Iba a tener que mentir al día siguiente en el trabajo, porque no llevó a destruir al robot. Tampoco fue al taller, y él mismo no pudo creer su propia decisión. Estacionó el coche frente a su casa, hizo entrar al Limpiador, y le contó cuáles eran sus horarios, le asignó sus funciones, le mostró dónde iba a vivir.      

2 comentarios:

  1. ¿Que habrá hecho Limpiador para tocarle el corazón a un hombre cuyo trabajo implica precisamente no sentir nada por los robots?
    Camilo
    http://idasueltas.blogspot.com/

    ResponderEliminar