sábado, 1 de agosto de 2015

4- El robot siamés

 -¡Los técnicos, llamen a los técnicos!- gritaba el supervisor, en un estado de pánico nunca antes visto en él.
 Los operarios lo vieron pasar corriendo sin entender qué sucedía. Instantes después, doblando por el pasillo, apareció la enorme máquina. Fue lo último que vieron.

 Andrés llegó a las oficinas de U.R.R.A. a las nueve horas, ni un minuto más ni uno menos, como cada día. Para su sorpresa, pues solía ser el primero en llegar, se encontró con una pila de papeles sobre su escritorio. Cy
ntheea, administrativa de las oficinas, traía otros más desde una impresora.
-Es extraño verte tan temprano- Andrés se sentía un poco incómodo de no poder mantener su rutina.
- ¡Buen día para vos también!- le sonrió Cyntheea -. No es ningún secreto que quiero ser agente de campo. Lo mejor que puedo hacer es esforzarme y hacerme notar.
- Tené cuidado con lo que deseás, puede…
- Volverse realidad, sí. Quién te dice – agregó guiñando un ojo- quizá seamos compañeros en alguna misión.  
 Warkus llegó en el preciso momento en que Cyntheea se iba. Traía un vaso descartable cuyo contenido Andrés no quiso adivinar. Se burló, como era habitual, de Andrés por no invitar a salir a Cyntheea. Pero Andrés no lo tomó muy en serio: el olivadio solía burlarse de todos los humanos.
 Algunos minutos más tardes salieron a su misión del día. Tenían que ir juntos sí o sí, pues se trataba de un de Bicarbonado, un robot siamés, y era un trabajo peligroso para un agente solo. Mientras buscaban un tubo transportador libre para viajar cómodos, se cruzaron con un grupo de jóvenes repartiendo volantes. Andrés se sorprendió al encontrar la tuerca prendida fuego en el papel que acababan de darle. Lo guardó en el bolsillo para estudiarlo luego, y volteó la cabeza intentado retener el rostro del muchacho en la memoria.
 Entraron al tubo, uno treinta segundos después que el otro, para salir en el otro extremo de la ciudad. Se trataba de una vieja zona industrial,  en las que los tubos de transporte y las modernas torres solares contrastaban con algunas chimeneas abandonadas, de cientos de años de antigüedad. El edificio al que se dirigieron no era ni uno ni lo otro. Se trataba de una fábrica de vehículos, que aunque estaban pasados de moda alguna gente todavía compraba. Bloqueando la entrada, dos oficiales de policía hacían guardia.
 Tras mostrar sus identificaciones, los oficiales explicaron la situación a Andrés y Warkus. El Bicarbonado era un robot siamés, con dos cabezas y tres metros de altura, diseñado para poder manipular maquinaria compleja él solo, o para hacer funcionar coordinadamente varias máquinas a un tiempo. Sus dos cabezas, aunque con procesadores distintos, usaban la misma fuente de energía. A pesar de ser llamado comúnmente “siamés”, el robot podía separarse en dos o ensamblarse a voluntad.
 El problema: alguien le ordenó manejar ácidos corrosivos para lo cual no estaba diseñado, y los vapores de estos alteraron el funcionamiento de sus circuitos. Resultado: el robot “enloqueció” y aniquiló a casi todos los operarios de la fábrica.
 Mientras Andrés hacía preguntas a uno de los oficiales con respecto a quién habría mandado al robot a hacer esas tareas inadecuadas, Warkus se alejó susurrando con el otro oficial. A pesar de sus problemas con la bebida, el olivadio tenía una capacidad de entenderse con las autoridades que Andrés no podía comprender.
 Cuando regresó a donde Andrés lo esperaba, Warkus cargaba un gran rifle positrónico. De esos que Andrés solo había visto disparar en las holopelículas. 
- ¡¿Estás loco?! ¿Qué hacés con eso?
- ¿No es preciosa? Convencí al oficial de lo fundamental que era que me la prestara. Nos vamos a enfrentar a un robot asesino.
- ¡Es un arma de guerra!
- Y esto es una guerra.
 Andrés no quería discutir con Warkus, y mucho menos con los oficiales tan cerca. Decidió entrar en la fábrica, convencido de que era un grave error. Haría todo lo posible para que el arma no fuera disparada: su tarea era reubicar a los robots para ser reparados o desmantelados, evitar su destrucción a menos que no quedara más opción. Andrés no dudaba de la inocencia de la máquina: alguien había hecho que manejara esos ácidos, alguien la había malogrado, y esa persona o extraterrestre era quien debía pagar. No el Bicarbonado.
 A medida que avanzaban, las luces automáticas de la fábrica iban encendiéndose. “Factor sorpresa descartado”, pensó Warkus. Andrés no parecía asustado, aunque miraba atentamente para todos lados. Los escombros y los restos de máquinas rotas se esparcían por doquier, adornados de forma lúgubre por los contorsionados rostros de las víctimas.  Siguieron los rastros que había dejado la destrucción del Bicarbonado, intentando ignorar los cadáveres de los obreros muertos. 
 Con cada paso que daban Andrés se sentía más inseguro. Un robot asesino era, habitualmente, tarea de las fuerzas policiales. Era destruido directamente. Alguien había puesto mucho dinero para que esa máquina fuera rescatada, o al menos algunas de sus partes.
 Eso, o querían ponerlo a él mismo en peligro. Descartó esa última idea por ser demasiado paranoica. Claro que últimamente se había enfrentado a más robots rebeldes que lo normal, y no se olvidaba de su enfrentamiento pandillero en el subterráneo, pero solo eran casualidades. De todas formas, aferró más fuerte su antigua llave de tuercas, compañera leal en cada misión.
 Warkus, con los sentidos embotados, tardó más en reaccionar:
-¡Cuidado!- gritó Andrés girando bruscamente.
 Pero el robot ya casi había atrapado a su compañero que se movió muy lentamente.
- No quiero hacerles daño- dijo la voz mecánica mientras el olivadio forcejeaba- ¡ayúdenme!
- Soltáme, pedazo de chatarra- Warkus ni había oído lo que decía el robot.
- Siamés- Andrés intentó no perder la compostura- ya sabés cómo es esto. Vamos a desactivarte para poder arreglarte.
- ¡No! Van a llevarme a desmantelar. Y está bien. Mis componentes son demasiado caros para dejarlos en un robot loco.- Y agregó soltando a Warkus: -No soy seguro. Pero van a necesitarme. Por lo menos hasta encontrar a mi otra mitad.
Andrés estaba sorprendido por la reacción del robot. ¿Acaso aceptaba su destino, así sin más?
- Cuando mi lado derecho enloqueció luché por controlarlo. Creí que en estado unificado iba a poder hacerlo, pero no fue así.
- Esto es fácil- dijo el Olivadio- Con destruir una mitad las dos se desactivan, no pueden funcionar autónomamente. 
- Warkus, eso es terrible! Claramente es solo una mitad del robot la que está dañada. ¿Cómo vamos a eliminar a ambas?
- Estamos hablando de vidas, Andrés. Vidas humanas. 
- No es una opción. Y estoy hablando en serio.- y agregó:
- Robot, llevanos con tu otra mitad. Te vamos a ayudar a controlarlo.

El robot los guió por un pasillo lateral. Warkus no le quitaba la vista de encima. Llegaron hasta una gran compuerta, y entraron a un depósito de sustancias tóxicas. A tres o cuatro metros del suelo, enormes caños atravesaban la habitación de lado a lado. Transportaban el ácido de un tanque hasta las máquinas que lo utilizaban. El mismo ácido cuyos vapores habían estropeado el funcionamiento del robot.
- Mi mitad debe estar por aquí. Después de cada ataque volvía a entrar en el cuarto, como si fuera su hogar…
De repente una luz roja iluminó el depósito, cegándolos. Cuando pudo volver a ver, el robot, la mitad sana del robot, la misma que los había guiado, yacía en el suelo con un agujero atravesándola de lado a lado. 
Andrés, furioso, se enfrentó a Warkus cuya arma aún humeaba.
- ¿Por qué hiciste eso? ¡Podíamos haberlo salvado!
Por toda respuesta, Warkus señaló hacia arriba, donde la otra mitad del robot colgaba, ya desactivada, de un caño. Un caño lleno de ácido, a punto de ser partido sobre sus cabezas.
 Después de explicar lo sucedido a las autoridades, éstas concluyeron que todo fue una trampa del robot. Andrés aun dudaba de qué hubiera pasado en caso de haber atrapado a las dos mitades. Si verdaderamente había un 50% de bondad en el autómata, o aún menos que eso, hubiera valido la pena el intento.

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