lunes, 7 de septiembre de 2015

7- Desierto personal

 El aeroplano volaba suave, silencioso y veloz sobre el extenso desierto. Siglos atrás esa zona había sido parte de una próspera plantación de maíz, pero el entonces inexorable calentamiento global y los malos manejos en materia de manipulación genética de las especies plantadas volvieron a la zona un árido desierto sin vida. Un océano de arena interminable, kilómetros y kilómetros de un páramo brillante que no podía albergar vida alguna.
 En su desesperación frente a la ruina inminente, la nación que entonces ocupaba este territorio decidió lanzarse en una campaña bélica por el mundo, pero a cambio recibió una veloz respuesta en forma de lluvia de bombas que arrasaron por completo con lo que quedaba de aquella decadente sociedad. Solo la destrucción había quedado como recuerdo; nada podía vivir ahí, porque nada había quedado. No en vano lo llamaban el “gran desierto”, era el recordatorio de la última vez que los habitantes de la tierra habían intentado aniquilarse unos a otros.
Así de vacío podía haberse sentido Andrés, si tan solo se hubiese tomado el trabajo de mirar dentro suyo para intentar comprender qué era lo que le ocurría. Nunca antes en su vida se había sentido de esa manera. Las manos firmes sobre el mando, la mirada fija en el horizonte que solo se movía para mirar los instrumentos y el mapa. Cada vez que el aeroplano se acercaba al final del desierto Andrés cambiaba el rumbo con el objeto de seguir dentro indefinidamente. No quería regresar a la civilización, no se sentía listo para abandonar el desierto. Sentía una compulsión por mirar el horizonte, por sentir que ese vacío que lo invadía tenía una correlación con el mundo circundante. Lo único que podía hacer era asegurarse de que la visión del mar de arena, del silicio hecho añicos, y de la radiación residual del ambiente, fuesen los únicos testigos de su soledad y sus únicos compañeros. Y sin embargo, a pesar de sus esfuerzos por mantenerse abstraído, había un nombre que se le aparecía con más fuerza cada vez que lograba apartarlo de su conciencia: Cyntheea. ¿Quién era ella para perturbarlo de esa manera? Una empleada administrativa de URRA que se esforzaba por resaltar ante los ojos de La Jefa. Pero ya no era solo eso. En las últimas semanas, desde que Andrés había tenido que pausar su actividad en U.R.R.A., Cyntheea había estado a su lado. Él no sabía hacer otra cosa más que trabajar, fue ella quién le enseñó todo un mundo de cosas por hacer fuera de su trabajo.
 Acompañado por una persona como ella, simpática, inteligente, creativa, Andrés había vuelto a divertirse como no lo había hecho en años. Y también habían encontrado la ocasión de ayudar a algunos robots, claro. Como ese robot cocinero encerrado en el restaurante al que habían ido a cenar. Rompieron un poco las reglas de U.R.R.A., pero eso nadie podría saberlo.
 Y con el pasar de los días, ella empezó a ocupar un espacio en su vida. Y su vida le pedía hacerle espacio. Pero ¿podía contarle de “Sander”? ¿Cómo explicaría el tener un robot ilegal en su casa? ¿Entendería ella que él no era solo el frío, calculador, lógico, agente de la Unidad, sino que además había estado actuando por impulsos que no llegaba a comprender?
 Andrés necesitaba irse. Los pensamientos encontrados no eran su fuerte. Lo único que quería era estar lejos de todos. Por eso no avisó a nadie, ni siquiera a Sander, cuando se subió al aeroplano que ahora recorría el desierto.  
 Al caer la noche en el desierto Andrés miró los controles una vez más. Las baterías solares se habían cargado por completo, si lo deseaba podía seguir volando toda la noche sin tener que detenerse. Para cuando saliese el sol las baterías volverían a recargarse, técnicamente el aeroplano podría volar indefinidamente. Eso le daba a Andrés una sensación de tranquilidad y la seguridad de no tener que detenerse nunca. Sin embargo, poco después de la medianoche los instrumentos indicaron algo que no debería ocurrir: a unos pocos kilómetros de distancia una figura humana caminaba en la noche. Llegar hasta ahí le tomaría al aeroplano menos de un minuto, por eso Andrés prefirió tomarse un tiempo para investigar a aquel ser. Podía tratarse de alguna trampa, o quién sabe qué. Ningún ser vivo era capaz de soportar el desierto demasiado. Incluso si se resguardaba del día y viajaba de noche, no había agua potable ni alimentos en un radio amplísimo. Como decía un refrán de la antigüedad humana: la curiosidad mató al gato; Andrés no pudo consigo mismo y se dirigió al encuentro del vagabundo.
Era un hombre desnudo, de edad mediana y rostro sereno, que simplemente caminaba decidido por el páramo nocturno. Andrés dejó su nave a una distancia prudencial y se armó con un pulsor eléctrico escondido por si acaso. Al verlo acercarse, la figura en la noche detuvo su andar y lo observó directamente. Luego levantó la mano derecha mostrando su palma a modo de saludo y, finalmente, pronunció unas palabras que resultaron inentendibles a Andrés:
 -¡Di kutú niel sabrok!
 –Lo siento, no comprendo tu idioma- respondió Andrés, mientras levantaba su mano copiando a su interlocutor.
-Tekeli li terbole khim. <Circuitos intuitivos de identificación de idioma activados. > ¡Hola extraño! Espero que en este idioma podamos comunicarnos, de lo contrario vuelve a hablar para que mis circuitos intuitivos busquen otras similitudes fonéticas.
-Estamos hablando el mismo idioma, sin dudas. Me llamo Andrés Dioyo. ¿Quién sos y que hacés solo en este desierto?
-Mi memoria me ha mostrado que en mi lugar de origen se me solía llamar Anomalía. Pero eso fue hace bastante, no sé cuánto. En el desierto las tormentas de arena son frecuentes y es muy fácil perder la noción del tiempo dentro de una- respondió al tiempo que miraba al horizonte y recreaba con sus manos la mímica de una tormenta.
 Andrés comprendía muy bien lo que ocurría, se había encontrado con un robot perdido, abandonado por sus creadores, desterrado a ese desierto sin fin.  No podía hacer nada por él, la última fábrica de robots de esa zona había desaparecido hacía más de cien años. Quién sabe por cuánto tiempo había estado Anomalía vagando sin rumbo. Con un gesto le indicó al robot que lo espere y fue a buscar la tienda de campaña y las provisiones que tenía guardadas en su aeroplano. –Voy a preparar un campamento para pasar la noche juntos, Anomalía- atinó a decir antes de armar la tienda. –No creo poder ayudarte a encontrar tu lugar de origen pero por lo menos podemos hacernos compañía-
Anomalía lo ayudó cuanto pudo, sus procesos lógico-cognitivos, así como su matriz de razonamiento estratégico lo guiaron en la forma más eficiente de preparar el campamento. Al poco tiempo estaban sentados frente a frente, uno a cada lado de una fogata. Andrés apagó todas las luces del campamento, solo las llamas los iluminaban. La noche, estrellada, sin la interferencia lumínica de ninguna ciudad, los cubría.
-Es raro, ¿sabés? Hace casi dos días que viajo sin detenerme. Creía que escapaba de gente malvada, pero en realidad me estaba escapando de mí mismo- dijo Andrés mientras miraba el cielo.
-Creo que puedo comprenderte- respondió Anomalía –si bien mis circuitos lógicos pueden explicarme el funcionamiento de muchas cosas, en el fondo no puedo tener sentimientos. Pero por analogía puedo ponerme en tu situación y entender cómo te sentís- Andrés sintió curiosidad. ¿Desde cuándo un robot estaba programado para tener empatía? Anomalía continuó:
 -Estuve recorriendo este páramo por mucho tiempo. Mis archivos de memoria se tornan confusos si busco demasiado, antes de estar caminando por el desierto solo tengo recuerdos fragmentados, como cuando me llamaron “Anomalía” y me expulsaron aquí, a esta nada interminable. Mi construcción es perfecta, los mecanismos de autoregeneración me mantienen en óptimas condiciones y mi única preocupación es intentar evitar las tempestades de arena porque alteran mis circuitos y a veces puedo apagarme sin saber cuándo volveré a estar activo. En mis caminatas encontré cosas increíbles: ciudades abandonadas; restos de expediciones fracasadas o poco preparadas para enfrentarse a este ambiente tan hostil; incluso tuve contacto con seres de otros planetas que me buscaron, curiosos, por mi unicidad. Dada mi condición de autómata nada de esto jamás tuvo efecto alguno en mí, más allá de lo analítico por supuesto. Lo que pasaba es que aún no comprendía mi propósito, simplemente existía como un robot que vagaba sin órdenes y sin saber por qué. Ahora lo sé… - Al terminar de decir esto Anomalía se incorporó y comenzó a mirar al horizonte, como buscando algo.
-¿Qué pasa, Anomalía?- le preguntó intrigado Andrés.
-Como decía, mis recuerdos son difusos, pero en todos estos años pude esbozar un rudimentario mapa de la zona. Según los archivos de la biblioteca de referencias los antiguos navegantes humanos usaban la posición de las estrellas para guiarse. Creo que con todo este conocimiento acumulado voy a ser capaz de encontrar el lugar donde fui ensamblado.-
-¿Vas a buscar tu hogar? Este continente está desierto, no hay nada de nada a nuestro alrededor- Respondió Andrés mientras se prendía un cigarro.
-¿Hogar? Sí, ustedes lo llamarían así. ¿Desierto? Probablemente, pero por primera vez en todo este tiempo tengo un objetivo. Cuando llegaste dijiste que estabas escapando de vos mismo. Todo este tiempo, sin poder entenderlo, yo estaba haciendo lo mismo. Ahora lo comprendo- al decir esto el robot se acercó a Andrés y le estrechó la mano. –Adiós humano.- y se marchó rápidamente, perdiéndose en la noche sin dejar rastro.
Andrés prendió un cigarro en silencio, contemplando las estrellas. Pensó en todo lo que había dejado atrás: su vida cotidiana, su trabajo, Cyntheea…

Se despertó antes de que saliese el sol y, como Anomalía, partió de regreso a su hogar, sin saber qué era lo que iba a encontrar y, sobre todo, contra qué demonios debería enfrentarse para dejar de sentirse solo. 

2 comentarios:

  1. puede que el hogar de anomalia sea algun laboratorio perdido bajo tierra, quizas aun exista y pueda encontrarlo..

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  2. Cada persona es un desierto, un infinito, el vacío y el infierno en sí misma. Pero no siempre en cantidades similares.

    Saludos

    J.

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