Ubicación: Planeta Tierra
Sistema solar: Sol (7900 pársec del
centro de la galaxia)
Galaxia: Vía láctea, supercúmulo de
Virgo
—Tendríamos
que haberlos colonizado cuando tuvimos la oportunidad— dijo uno de los
ceturianos tomándose de las extremidades que colgaban de su sien. El resto de
la mesa sonrió.
Avelino,
todavía con el dedo en el aire siguió la acusación: —Se están robando las
jáquimas y yo sé que son ustedes. Ya los voy a agarrar.
—Me
gustaría verlo— murmuró otro de los ceturianos por lo bajo y sin el traductor
encendido, lo que en realidad se escuchó así: —Qklaksvit vumrav.
Avelino se marchó del bar y
fue directo a su oficina en el campo de producción.
Las jáquimas que desaparecían eran plantas similares a los girasoles
terrestres. De su centro amarillo se podía producir aceite orgánico, muy
superior al habitual, que era usado en distintas maquinarias y también en
robots, cuyos propietarios lo preferían en lugar de los sintéticos. De la
planta también era posible crear destilados alcohólicos muy bien recibidos, en
especial por aquellos nacidos en los sistemas de Nueva Betelgeuse y Tau Ceti.
La oficina era discreta. Discreta en sus
proporciones, en su mobiliario y en su decorado. Apenas una ventana que daba a
los campos, el escritorio, un holovisor. Avelino llenaba una pila de planillas.
Era increíble que tras cientos y miles de años de tecnología, el papel hubiese
podido perdurar en el tiempo. En una de aquellas planillas constataba las
plantas robadas, y en un margen anotado, cómo creía él que los ceturianos las
robaban. La pantalla del holovisor brilló con una imagen del campo. Levantó la
vista y puso atención a la proyección.
Avelino
esperó escondido tras una cosechadora. Escuchaba atento el silencio del campo
tan distinto al de la urbe y las ciudades-estación. El sonido sin rebotes, sin
reverberaciones, la planicie interrumpida sólo por lo que había ahí:
maquinarias, trabajadores, plantas y animales. Él estaba muy a gusto en ese
lugar, le recordaba su infancia en Plutón. Algo se movía por entre las vacas
hacia el sector de las jáquimas. Avelino lo siguió con la mirada y resultó ser
un robot cosechador LK6, una máquina eficaz y muy práctica en sus funciones. El
robot tomó varias cabezas de jáquimas, las arrojó dentro de una bolsa y volvió
por el mismo lugar de donde vino. Avelino lo siguió sorprendido. Tal vez,
pensó, se tratara de una falla.

Avelino se había quedado junto a la puerta,
desconcertado. Se acercó al robot que no necesitó sus sensores de movimiento ni
sus ojos para saber que había sido descubierto. Entonces se acomodó junto a la
máquina como si nada sucediera.
—Oh,
claro. Ustedes los humanos y su pensamiento obsoleto. Solo los orgánicos creen
ser capaces de sentir frustración. Contra lo que piensan, los sentimientos son
construcciones sociales, y nosotros los cosechadores, sabemos lo que es existir
solo para trabajar en tareas que ustedes no quieren realizar. Oh, esto no es
vida.
Avelino
creyó ver al robot desinflarse un poco mientras hablaba, pero aquel seguía
perdido en las fluctuaciones de las ondas electromagnéticas.
Esa
misma noche, tras entregar al LK6 a los agentes de la U.R.R.A., se quedó en su
oficina pensando. No recordaba que un robot pudiera ser tan complejo.