domingo, 1 de julio de 2018

Jáquimas - Escritor invitado: Freddy Rasmussen - Ilustrador invitado: Sacha Bebchuk


Ubicación: Planeta Tierra
Sistema solar: Sol (7900 pársec del centro de la galaxia)
Galaxia: Vía láctea, supercúmulo de Virgo


—Tendríamos que haberlos colonizado cuando tuvimos la oportunidad— dijo uno de los ceturianos tomándose de las extremidades que colgaban de su sien. El resto de la mesa sonrió.
Avelino, todavía con el dedo en el aire siguió la acusación: —Se están robando las jáquimas y yo sé que son ustedes. Ya los voy a agarrar.
—Me gustaría verlo— murmuró otro de los ceturianos por lo bajo y sin el traductor encendido, lo que en realidad se escuchó así: —Qklaksvit vumrav.
Avelino se marchó del bar y fue directo a su oficina en el campo de producción.
         Las jáquimas que desaparecían eran plantas similares a los girasoles terrestres. De su centro amarillo se podía producir aceite orgánico, muy superior al habitual, que era usado en distintas maquinarias y también en robots, cuyos propietarios lo preferían en lugar de los sintéticos. De la planta también era posible crear destilados alcohólicos muy bien recibidos, en especial por aquellos nacidos en los sistemas de Nueva Betelgeuse y Tau Ceti.
 La oficina era discreta. Discreta en sus proporciones, en su mobiliario y en su decorado. Apenas una ventana que daba a los campos, el escritorio, un holovisor. Avelino llenaba una pila de planillas. Era increíble que tras cientos y miles de años de tecnología, el papel hubiese podido perdurar en el tiempo. En una de aquellas planillas constataba las plantas robadas, y en un margen anotado, cómo creía él que los ceturianos las robaban. La pantalla del holovisor brilló con una imagen del campo. Levantó la vista y puso atención a la proyección.
Avelino esperó escondido tras una cosechadora. Escuchaba atento el silencio del campo tan distinto al de la urbe y las ciudades-estación. El sonido sin rebotes, sin reverberaciones, la planicie interrumpida sólo por lo que había ahí: maquinarias, trabajadores, plantas y animales. Él estaba muy a gusto en ese lugar, le recordaba su infancia en Plutón. Algo se movía por entre las vacas hacia el sector de las jáquimas. Avelino lo siguió con la mirada y resultó ser un robot cosechador LK6, una máquina eficaz y muy práctica en sus funciones. El robot tomó varias cabezas de jáquimas, las arrojó dentro de una bolsa y volvió por el mismo lugar de donde vino. Avelino lo siguió sorprendido. Tal vez, pensó, se tratara de una falla.
El LK6 se metió en un silo, descargó las plantas y comenzó a machacarlas con una prensa. Las flores sangraron el aceite que el robot depositó en un recipiente metálico. Después se acercó a una maquinaria muy vieja y oxidada, parecida a un ropero con perillas, y colocó el recipiente sobre un costado. Un destello iluminó el silo y a los tropezones la máquina comenzó a funcionar. El LK6 se estacionó junto a ésta y conectó un par de cables. Las ondas electromagnéticas comenzaron a alterar los circuitos del robot, que se echó extasiado.
 Avelino se había quedado junto a la puerta, desconcertado. Se acercó al robot que no necesitó sus sensores de movimiento ni sus ojos para saber que había sido descubierto. Entonces se acomodó junto a la máquina como si nada sucediera.
—Oh, claro. Ustedes los humanos y su pensamiento obsoleto. Solo los orgánicos creen ser capaces de sentir frustración. Contra lo que piensan, los sentimientos son construcciones sociales, y nosotros los cosechadores, sabemos lo que es existir solo para trabajar en tareas que ustedes no quieren realizar. Oh, esto no es vida.
Avelino creyó ver al robot desinflarse un poco mientras hablaba, pero aquel seguía perdido en las fluctuaciones de las ondas electromagnéticas.
Esa misma noche, tras entregar al LK6 a los agentes de la U.R.R.A., se quedó en su oficina pensando. No recordaba que un robot pudiera ser tan complejo.

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