lunes, 4 de noviembre de 2013

Los ojos del viejo



El viejo lo miró, y sus ojos se volvieron profundos y azules como el océano. Rodrigo pensó que no tendría forma alguna de transmitir esta experiencia. Sin embargo, más de veinte años después, se sentó a los pies de la cama de su hijo y le preguntó:
-¿Te conté la historia de los ojos del viejo?

“Lo más difícil de todo fue encontrar a alguien lo suficientemente ambicioso o lo suficientemente idiota como para venderme el turno. Encontré a uno que era una mezcla de las dos cosas. Me pidió una fortuna que multiplicó apenas vio que yo aceptaba sin regatear. Pagué el doble sin protestar. No sé si él sabía lo que me estaba dando a cambio de algo tan corriente como el dinero, no sé si sabía que el turno es algo único en todo el universo.
 -¿De donde sacaste esto?- le dije señalando el papel que me había vendido.
-¿Qué importa? Ahora es tuyo, pichón.- Y agregó con una sonrisa: -Ojalá lo disfrutes más que su dueño anterior.
 Me da asco hacer tratos con este tipo de gente, pero a veces no hay alternativa. Ya tenía la dirección, la fecha, la hora: era esa misma noche. Llegué y toqué el timbre cuatro veces seguidas, como decía en el papel. Me atendió un Burlo. No me sorprendió, porque había escuchado que alrededor del viejo se reunían criaturas de todos los rincones del universo: habían llegado en busca de una respuesta y nunca se habí
an ido.
 No fue necesario dar explicaciones. El Burlo me miró de arriba abajo con sus cinco ojos, y corrió su viscosidad para dejarme pasar. La casa era común y silvestre, pero transmitía una sensación indescriptible. Como una música demasiado baja para distinguirla pero lo suficientemente alta para saber que suena.
- Una vez que entres al cuarto- me dijo el Burlo con su voz monstruosa- no vas a poder salir hasta que él te diga. Después te va a dar un papel con el próximo turno, y va a ser tu responsabilidad que le llegue al siguiente. Solo él, solo ahí, solo en ese momento.
 Entré. Parecía un viejo normal, pero yo sabía que esa es la forma que eligió para mostrarse ante mí. Y ahí fue que miré en sus ojos. No sé cuanto tiempo pasó. Después me dio un papel con el nombre de un planeta que yo no sabía ni siquiera que existía y una fecha, dentro de trescientos años.”

-¿Y qué se siente, su mirada?

-Es como alejarse del cuerpo lo más posible en el infinito, dar un paso más, y llegar así a uno mismo.

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