Era raro sentarse en ese gran escritorio, pero tuvo que
hacerlo. No iba a permitir que le dijeran “el Jefe”, pero tenía muchas
responsabilidades y formalidades que cumplir en su nuevo cargo de interino.
Los enfrentamientos,
aún aislados pero reproduciéndose de forma endémica, entre grupos robofóbicos y
las autoridades se repetían en varias ciudades del mundo. La situación había
obligado el rápido nombramiento de Andrés, agente altamente experimentado y que
había demostrado frialdad y criterio en situaciones de presión y peligro, como
autoridad máxima provisoria de U.R.R.A.
El velorio de la
Jefa, Elizabeth, había sido varios días antes del escape de Andrés del
hospital, por lo que se lo había perdido. La ceremonia fue llevada a cabo con
los más altos honores, a pesar de las urgencias. Andrés aún no caía en cuenta
de todo lo que significaba no contar más con ella en U.R.R.A.; y en la vida,
pues la consideraba su amiga.
- Si la extraño,
¿significa que no soy un robot?- se preguntó. La cuestión volvía a él una y
otra vez, sin descanso. Ya había analizado el asunto desde todas las
perspectivas posibles, pero no encontraba una respuesta. Cyntheea le había dado
los resultados de los análisis y estudios que le habían hecho durante su
internación, pero el contenido de esos papeles estaba lejos de tranquilizarlo.
Al parecer, su tejido
orgánico estaba integrado, fusionado, acoplado, con una sustancia inorgánica,
imperceptible, que la regeneraba y estimulaba, y a la vez se retroalimentaba de
ella. La simbiosis era tan perfecta que no podían saber qué había estado
primero, qué sostenía a qué, si su cuerpo o la sustancia. En su corazón, en sus
órganos, en su piel, en todos sus órganos, la sustancia establecía conexiones
casi infinitas. Andrés podía ser o bien el primer robot orgánico, o bien el
primer humano robotizado a un nivel celular. Incluso su cerebro: si Andrés
llegara a aprender cómo controlar esas conexiones, sus neuronas podrían
trabajar combinando su pensamiento humano con el característico de la
inteligencia artificial.
Por seguridad, toda
esta información era altamente confidencial. Los pocos científicos que conocían
el caso esperaban ansiosos el momento de seguir estudiándolo, pero la guerra
civil a punto de desatarse mantenía a todos los agentes de U.R.R.A. en
ferviente actividad. Y Andrés, por otro lado, tenía otra información que solo
Warkus conocía. A él ya le habían dicho que era un robot. Y sabía que había una
sola persona que podría decirle más: el inventor que había creado al robot
idéntico a él que asesinó a la Jefa, y que casi lo mata junto a Warkus.
Las nuevas
ocupaciones le impedían a Andrés dedicarle todo el tiempo que hubiera querido a
encontrar al inventor, pero para tal fin creó un grupo especial con su gente
más cercana, Warkus y la ahora agente de campo Cyntheea, a cargo. Esta última
todavía no lo había perdonado. Aún sabiendo todo lo sucedido, no admitía que
Andrés pudiera ser siquiera remotamente un robot, y menos que eso podría haber
influenciado en sus sentimientos hacia ella. De todas formas había aceptado
trabajar en el caso sin dudarlo.
El ajetreo de la
oficina y el intenso trabajo durante el día, no impedía que Andrés pasara la
noche sin dormir. En el insomnio, buscaba la compañía de Sander.
- ¿Qué se siente ser un robot?- Andrés no era el primero en
preguntarse sobre este tipo de cuestiones, pero para él había otra importancia
en la respuesta.
- Quizá deberías hablar con especialistas en el tema- la
respuesta de Sander no variaba.- No le preguntarías a un árbol qué se siente
ser del reino vegetal. Y probablemente no sabría qué responderte, ni aunque
hablara.
- No, filósofos es lo que menos necesito. Ser un robot daría
explicación a tantas cosas de mi vida, ¡tantas! Pero algo en mí se resiste a
esa idea.
- Los hechos son los hechos, Andrés. Deberías analizar lo
ocurrido y encontrar ahí tu respuesta. Sin preocuparte por imposiciones
culturales o amenazas de ultratumba de los grupos religiosos. ¿Qué importa a tu
día a día si tenés o no un alma? Lo importante es que hay una guerra a punto de
estallar, y vos estás en el lugar de ayudar a todos los robots del mundo, así
como me ayudaste a mí cuando me sacaste de la oscuridad.
-¡No soy un mesías robótico!- Andrés, repentinamente, se
sintió furioso. Pero lo que había dicho le había recordado algo.
Entró corriendo en
las oficinas de U.R.R.A. El guardia, apostado en la puerta desde que habían
comenzado los conflictos, desenfundó el arma listo para disparar, creyendo que
alguien perseguía a Andrés. Después de disculparse, el nuevo jefe fue corriendo
hacia su escritorio. Se cruzó con varios
agentes en el camino: los momentos de turbulencia exigían que se trabaje día y
noche.
Warkus y Cyntheea lo
vieron pasar y fueron tras él. Andrés, ignorando a sus acompañantes, subió al
ascensor y marcó el botón del tercer subsuelo.
Bajaron en un salón
enorme y con olor a humedad. En las paredes, y distribuidas regularmente en la
habitación formando pasillos, había unos muebles altos como bibliotecas, pero
en lugar de libros se apilaban innumerables tubos de colores que resplandecían
tenuemente. La única luz de la habitación provenía de los tubos, por lo que el
lugar parecía multicolor. A intervalos regulares, se escuchaba un zumbido y un
nuevo tubo caía en un recibidor. Al llegar abajo de todo, sonaba una campanita.
Se trataba de un antiquísimo sistema de mensajería interna.
Un robot también
antiquísimo, con óxido en varias partes de su mecanismo, se acercó a recibir el
tubo. Andrés se acercó al robot, único encargado de los archivos internos de
U.R.R.A.
-
Necesito algo muy especial. Necesito toda la información que haya sobre la
Sinfonía del universo y el autómata intérprete.
El robot se retiró sin decir
palabra. Andrés, viendo que el robot no lo escuchaba, quiso ir tras él. Cyntheea
lo detuvo con una mano en el hombro.
-
Andrés, no es momento de leer cuentos
infantiles- a pesar de mantenerse calma, estaba preocupada y
sorprendida, al igual que Warkus.
-
Vos no entendés, Cyn. Si la leyenda es real,
hablar un rato con el robot intérprete podría solucionar mi dilema. Decirme si
yo…
Antes de que Andrés
pudiera seguir, el robot volvió trayendo un tubo naranja. Andrés, ansioso e intrigado, lo abrió.
Adentro había un cuaderno. Se trataba de un diario detallando una investigación
llevada a cabo por Carlos Herrán, el jefe anterior a Beatriz. Había también una
carta, destinada “al jefe actual de U.R.R.A.”. Cyntheea, espiando por sobre su hombro,
sonreía al leer.
<< Todos
y cada uno de los jefes de U.R.R.A. vivieron momentos de incertidumbre. No soy
la excepción, y temo que usted tampoco lo sea. Todos en algún momento
recordaron la leyenda del Autómata-intérprete, y la información sobre su
paradero que el saber popular dice que se esconde en estas oficinas, y que solo
los más altos rangos pueden conocer. Algunas leyendas hablan de un robot
músico, cuya canción es una traducción musical de la vida. Otras dicen que, por
el contrario, se trata de una canción que determina lo que sucederá en todo el
universo. Resulta tentador, al encontrarse en algún embrollo, perderse en la
búsqueda de una respuesta divina, definitiva, sobre lo que va a suceder.
Hay información, y en
cantidades. Hay registros interminables de alucinaciones de personas afectadas
que dicen haber escuchado melodías milagrosas, y cosas por el estilo. Pasé casi
la totalidad de mi carrera clasificando esa información, pero nunca pude acercarme
al autómata. He llegado a sospechar que él mismo me perdía cuando estaba cerca
de encontrarlo. Es que si realmente controla al universo con su canción, solo
le bastaría una nota para interponer en mi camino cualquier distracción,
cualquier camino alternativo que me alejara indefectiblemente.
Y sí, usted puede acceder a mi
información. Quizá sí sea su destino, quizá usted pueda llegar a ver lo que yo
anhelé toda mi vida… escuchar aunque sea por un instante el sonido sagrado.
Pero creo que antes de entrar en una exhaustiva investigación para encontrar a
un robot, uno solo, que no puede ser encontrado si él así no lo planifica…
Antes de buscar a un robot que podría ser una deidad para los humanos, y que no
es seguro que exista, debe hacerse una pregunta: ¿realmente necesita ver al músico
para escuchar la sinfonía de la que usted es parte?>>
Andrés se quedó
pensando, entre la furia y la desorientación, hasta que Warkus rompió el
silencio. A la vez que le daba una palmada en la espalda con una de sus cuatro
manos, habló en un tono calmo que no era habitual en él:
-
Tiene razón, Andrés. Buscar dioses mecánicos o cazar
leyendas nos haría perder un tiempo del que no disponemos.
Andrés no tenía
palabras ante eso. La carta lo había traído a la realidad: él había actuado
dejándose llevar por la desesperación. Pero había encontrado una señal en esa
carta. Estaba ahí, en esa pregunta: él era parte de la Sinfonía. Él era parte
de un juego mayor que estaba sucediendo, siempre lo había sido. Alguien había
orquestado su vida, o por lo menos lo había creado con un objetivo para él
desconocido. Alguien había hecho que él fuera un robot casi humano, y que fuera
el agente de U.R.R.A. que se cruzó con más robots rebeldes en menor tiempo.
Hasta en el desierto, o en su tiempo libre. Y que se identificara con esos
robots, que pudiera entenderlos. Como ese dinosaurio mecánico que dijo
conocerlo. Ahí estaba la respuesta. Él mismo, Andrés, era una pista para
encontrar a su creador.
-
Wakus, Cyntheea, escúchenme… Ya sé cómo llegar
al inventor.
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