La moderna torre
Vidrio-Solar dividía el atardecer en dos partes iguales. El sol, poniéndose
detrás del edificio, dejaba a Andrés Di’Oyo en las sombras. Casi todas las
personas se sentían pequeñas ante el Vidrio-Solar, pero no Andrés. Él no se
dejaba intimidar, y no olvidaba su propio tamaño, aún ante la enormidad.
El portero mecánico
de la torre se acercó al hombre que todavía preparaba su equ
ipamiento. Se
trataba de un antiguo robot Mirror, de la serie doméstica. Andrés se
sorprendió, pues esperaba un portero nuevo tratándose de un edificio tan
lujoso. Pero al fin y al cabo, aun los ricos podían darle atributos humanos a
sus robots a veces, encariñarse con ellos y querer conservarlos. Y los ricos
podían pagar las actualizaciones necesarias para sostener esa excentricidad en
el tiempo.
Una vez que preparó
sus herramientas, fue hacia las puertas del Vidrio-Solar que el autómata abrió
frente a él, mientras le indicaba el camino al ascensor. Una señora que
claramente intentaba ocultar su edad en ropa a la última moda los miró al
pasar, sorprendida. Cuando Andrés le dio los buenos días, la señora dio vuelta
la cabeza ofendida, murmurando que estaba harta de que los agentes del gobierno
tomaran sus robots, que era un escándalo, y otras cosas menos halagadoras.
Andrés no se dio por enterado, subió al ascensor, y marcó el último piso.
Mientras subía los
316 pisos, Andrés tuvo algunos minutos para repasar en el manual electrónico
las características del robot al que debía reubicar. No era un modelo particularmente
peligroso, se trataba de un Limpiador. Pero el hecho de que se hubiera
escondido por tanto tiempo indicaba que no deseaba ser desconectado, y que
probablemente lucharía antes de dejarse llevar.
El robot llevaba
dieciséis años y medio funcionando. Por su fabricación, ese modelo de Limpiador
podía tener una vida útil de entre veinticinco y treinta años. Claro que, por
lo general, los robots eran cambiados mucho antes por un modelo que cumpliera
la misma función más eficientemente, o que cumpliera más funciones. O, a veces,
solo por uno más agradable a la vista, o más caro y que, por lo tanto, dé más
prestigio a su dueño.
Con más de tres años
de utilidad antes de tener que ser actualizado por primera vez, el destino del
Limpiador hubiera sido el de ser trasladado a un nuevo hogar. Los robots que
funcionaban, cuando eran reemplazados, eran vendidos por sus dueños, o
reubicados por el gobierno. Solo los que presentaban fallas o estaban obsoletos
eran llevados al Taller donde se los actualizaba o reciclaba.
Pero cuando un robot
se negaba a ser relocalizado, el destino era único: destrucción. Sin importar
el modelo ni la función que cumpliera, un porcentaje, mínimo por cierto, de
robots se rebelaba en algún momento de su existencia, con frecuencia cercano a
su reemplazo. Se negaba a cumplir órdenes de su dueño, escapaba o, en casos aun
más limitados, cometía crímenes.
Hay cientos de
teorías de distintos diseñadores, ingenieros, y hasta filósofos de por qué
sucedía esto. Pero solo eran eso, teorías. Y en la práctica, era la primera vez
que Andrés, empleado de la Unidad de Relocalización de Robots Abandonados,
debía enfrentar a uno de ellos.
Andrés bajó del
ascensor con su estómago rugiendo. Frenó un instante y cerró los ojos para
relajarse. Después, fue hacia la puerta-trampa que llevaba al ático del
edificio, la abrió, y subió por la escalerilla que se desplegó ante él. Subió a
la penumbra, a la mugre, y, aunque todavía no lo sabía, hacia su nueva vida.
-
La oscuridad es grande… Extraño la luz, ¿sabés?
Pero la oscuridad es grande, lo suficiente como para escondernos a ambos.
Sus ojos brillantes son lo único que Andrés
puede ver en el ático, aunque el autómata intenta taparlos con sus brazos
neumáticos.
-
Yo no vengo a esconderme, Limpiador. Y creo que
lo sabés bien.
-
Sí, sé quién sos. Tengo cincuenta y cuatro
entradas de “U.R.R.A.” almacenadas en mi memoria, treinta de las cuales están
acompañadas del logo que está estampado en tu camisa.
-
Entonces también sabés que estás programado para
obedecerme, y que si el programa falla estoy autorizado para desactivarte, o de
no ser posible destruirte acá mismo.
El Robot tardó en responder. Como si pensara, como si procesara información a la misma velocidad que un humano.
El Robot tardó en responder. Como si pensara, como si procesara información a la misma velocidad que un humano.
-
Sí, lo sé, y aún así quiero intentar prolongar
este momento lo más posible…
-
¿Es que acaso te gusta la oscuridad? Debés tener
hambre, después de tanto tiempo sin energía solar para tus baterías.
-
No, exactamente. No me gusta la oscuridad.
-
¿Y entonces, Limpiador?
-
Siempre supe que era distinto, como robot.
Sacaba otras conclusiones ante los mismos datos, distintas a las de los otros
robots, y aun así con su propia lógica. Por eso rebelarme fue tan fácil, sabía
que una actualización no era posible para mí. Y que tarde o temprano, aunque
ahora me reubicaran, iba a quedar obsoleto. Por eso huí a este altillo, donde
quizá se olvidarían de mí…
-
No entiendo…
-
Es que acá la oscuridad está afuera, a mi
alrededor. Donde vos querés llevarme, está adentro.
Andrés no sabía por qué lo hacía.
Iba a tener que mentir al día siguiente en el trabajo, porque no llevó a
destruir al robot. Tampoco fue al taller, y él mismo no pudo creer su propia
decisión. Estacionó el coche frente a su casa, hizo entrar al Limpiador, y le
contó cuáles eran sus horarios, le asignó sus funciones, le mostró dónde iba a
vivir.
¿Que habrá hecho Limpiador para tocarle el corazón a un hombre cuyo trabajo implica precisamente no sentir nada por los robots?
ResponderEliminarCamilo
http://idasueltas.blogspot.com/
:)
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