-Ya te conté historias de criaturas con
capacidades que, a nosotros, nos parecen increíbles- dijo Rodrigo a su hijo
mientras lo arropaba.- Jamás podríamos compararnos con los maryastour y su
fuerza, los bosqueanos y su comprensión del universo o con Nyaghhathogga el
guardián de esta dimensión, porque no son humanos. Pero también hay humanos que
por vivir mucho tiempo lejos de la tierra y la luna, de nuestro aire y su
composición, y hasta lejos de nuestro sol, fueron tomando algunas características
distintas a nosotros. Y una vez tuve que enfrentarme a uno de ellos…
“Mi encargo era
claro: tenía que llevar unas enormes cajas de alimentos a un planeta ubicado a
miles de años luz de la tierra, Paratoy. Era algo habitual para nosotros, así
que no me preocupó en lo más mínimo.
Llegué a Paratoy a la
mañana siguiente, y me encontré con un enorme desierto violeta que abarcaba
todo el planeta. La computadora de la nave me indicaba que había vida allí.
Indicaba claramente la presencia de una ciudad muy populosa a unos pocos
cientos de kilómetros. Me dirigí hacia ahí, y me encontré con una casa solitaria. Parecía un edificio a
medio camino de brotar de la arena, o a medio camino de ser devorado por ella.
Sin otra alternativa,
estacioné la nave y salí. El viento soplaba arrastrando arena y pequeñas
piedras que chocaban contra mi traje espacial y dificultaban mi visión. Con
pasos lentos pero firmes, llegué hasta la casa. No había señales de vida, ni de
un timbre, ni llamador. Las ventanas
estaban protegidas por persianas que no permitían ver hacia el interior. Una
enorme puerta de un material que yo no conocía era mi única opción.
Golpeé sin saber si
iba a sonar, ni cómo. Mis golpes, suaves e inseguros, resonaron como una
campanada en el inquieto desierto purpúreo. La puerta se abrió, sin nadie a la
vista.
La situación parecía
copiada de un hololibro de terror. Mi curiosidad pudo más, y entré. Además,
tenía la orden de entregar las cajas ese mismo día. Claro que no hubiera puesto
mi vida en peligro por una entrega, pero no quería volver y decir que no había
hecho mi trabajo por miedo.
La puerta se cerró
tras de mí. Cuando mis ojos se adaptaron a la oscuridad, me encontré con una sala
de todo el largo de la casa. En el rincón más alejado, un hombre estaba sentado
en una mesa, jugando con unos muñecos. La imagen no podía ser más tétrica pero
pensé que, en la soledad de un planeta así, jugar de esa forma era la única
manera de escuchar una voz, aunque sea la suya propia. La única forma de que pasara
algo.
Me acerqué al hombre.
- ¡Hola! Vengo desde la Tierra. Desde la Luna, en realidad. Tengo una
entrega y no encuentro ninguna ciudad donde llev…
- Sí- me contestó tranquilamente, levantando la cabeza por
primera vez- son para mí.
- Pero… pero son cientos de cajas. La computadora señalaba
una ciudad por acá…
- Yo ordené la comida. No se preocupe, puedo pagarle justo
como se merece.
Fue entonces cuando
noté que lo que pensé que eran muñecos, se movían. Todas esas personitas en
miniatura estaban agitando sus brazos y gritando con voces que apenas llegaba a
oír. Solo pude distinguir una palabra: peligro.
Antes de que pudiese
reaccionar, comencé a sentir un terrible dolor en mi cabeza. Sacudiéndome, me
tire al piso y empecé a gritar. El hombre no dejaba de mirar ni un segundo, sin
parpadear. No había nada que pudiera hacer. Con terror, empecé a notar como el
dolor se expandía por todo mi cuerpo, a la vez que todo se hacía más y más
grande a mi alrededor.
De repente, el dolor
cesó. Rápidamente, me levanté y pude ver al hombre luchando contra las
personitas que, una a una, saltaban sobre él para ser derrotadas instantes
después.
Pero la distracción
que causaron fue mi salvación. Corrí hacia la puerta que se abrió sin
resistencia y volví a mi nave. Y lentamente los efectos de encogimiento fueron
desapareciendo.”
-Pero…-dijo Hernán-
Pero dijiste que habías tenido que enfrentarte a él. En realidad, apenas
pudiste escapar…
- Sí, pero no me fui
del planeta. No podía dejar a las personitas ahí dentro... Pero ya es tarde. El
regreso a la casa del desierto es una historia para otro día.
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