lunes, 13 de enero de 2014

La casa del desierto



 -Ya te conté historias de criaturas con capacidades que, a nosotros, nos parecen increíbles- dijo Rodrigo a su hijo mientras lo arropaba.- Jamás podríamos compararnos con los maryastour y su fuerza, los bosqueanos y su comprensión del universo o con Nyaghhathogga el guardián de esta dimensión, porque no son humanos. Pero también hay humanos que por vivir mucho tiempo lejos de la tierra y la luna, de nuestro aire y su composición, y hasta lejos de nuestro sol, fueron tomando algunas características distintas a nosotros. Y una vez tuve que enfrentarme a uno de ellos…

 “Mi encargo era claro: tenía que llevar unas enormes cajas de alimentos a un planeta ubicado a miles de años luz de la tierra, Paratoy. Era algo habitual para nosotros, así que no me preocupó en lo más mínimo.
 Llegué a Paratoy a la mañana siguiente, y me encontré con un enorme desierto violeta que abarcaba todo el planeta. La computadora de la nave me indicaba que había vida allí. Indicaba claramente la presencia de una ciudad muy populosa a unos pocos cientos de kilómetros. Me dirigí hacia ahí, y me encontré con  una casa solitaria. Parecía un edificio a medio camino de brotar de la arena, o a medio camino de ser devorado por ella.
 Sin otra alternativa, estacioné la nave y salí. El viento soplaba arrastrando arena y pequeñas piedras que chocaban contra mi traje espacial y dificultaban mi visión. Con pasos lentos pero firmes, llegué hasta la casa. No había señales de vida, ni de un timbre, ni llamador. Las  ventanas estaban protegidas por persianas que no permitían ver hacia el interior. Una enorme puerta de un material que yo no conocía era mi única opción.
 Golpeé sin saber si iba a sonar, ni cómo. Mis golpes, suaves e inseguros, resonaron como una campanada en el inquieto desierto purpúreo. La puerta se abrió, sin nadie a la vista.
 La situación parecía copiada de un hololibro de terror. Mi curiosidad pudo más, y entré. Además, tenía la orden de entregar las cajas ese mismo día. Claro que no hubiera puesto mi vida en peligro por una entrega, pero no quería volver y decir que no había hecho mi trabajo por miedo.
 La puerta se cerró tras de mí. Cuando mis ojos se adaptaron a la oscuridad, me encontré con una sala de todo el largo de la casa. En el rincón más alejado, un hombre estaba sentado en una mesa, jugando con unos muñecos. La imagen no podía ser más tétrica pero pensé que, en la soledad de un planeta así, jugar de esa forma era la única manera de escuchar una voz, aunque sea la suya propia. La única forma de que pasara algo.
 Me acerqué al hombre.
- ¡Hola! Vengo desde la Tierra. Desde la Luna, en realidad. Tengo una entrega y no encuentro ninguna ciudad donde llev…
- Sí- me contestó tranquilamente, levantando la cabeza por primera vez- son para mí.
- Pero… pero son cientos de cajas. La computadora señalaba una ciudad por acá…
- Yo ordené la comida. No se preocupe, puedo pagarle justo como se merece.
 Fue entonces cuando noté que lo que pensé que eran muñecos, se movían. Todas esas personitas en miniatura estaban agitando sus brazos y gritando con voces que apenas llegaba a oír. Solo pude distinguir una palabra: peligro.
 Antes de que pudiese reaccionar, comencé a sentir un terrible dolor en mi cabeza. Sacudiéndome, me tire al piso y empecé a gritar. El hombre no dejaba de mirar ni un segundo, sin parpadear. No había nada que pudiera hacer. Con terror, empecé a notar como el dolor se expandía por todo mi cuerpo, a la vez que todo se hacía más y más grande a mi alrededor.
 De repente, el dolor cesó. Rápidamente, me levanté y pude ver al hombre luchando contra las personitas que, una a una, saltaban sobre él para ser derrotadas instantes después.
 Pero la distracción que causaron fue mi salvación. Corrí hacia la puerta que se abrió sin resistencia y volví a mi nave. Y lentamente los efectos de encogimiento fueron desapareciendo.”

-Pero…-dijo Hernán- Pero dijiste que habías tenido que enfrentarte a él. En realidad, apenas pudiste escapar…
- Sí, pero no me fui del planeta. No podía dejar a las personitas ahí dentro... Pero ya es tarde. El regreso a la casa del desierto es una historia para otro día.

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