Hernán estudiaba la foto que le acababa de dar
su papá. No estaba acostumbrado a las imágenes impresas en papel. Tampoco
estaba acostumbrado a ver a su padre de chico, aunque tuviera la cara tapada.
“El festival de máscaras de Bufeiz es algo
digno de ser visto. Tu abuela, como regalo de cumpleaños, nos consiguió dos
pasajes. Eran solo dos pasajes porque en ese momento tu abuelo acababa de
cerrar el taller y todavía no nos habíamos acomodado económicamente. Además, ir
a Bufeiz en temporada alta era un lujo de pocos. En esa época todavía quedaban
algunos lugares en el universo donde se le daba mucho valor a lo exclusivo.
Pero bueno, lo importante es que tu abuela y
yo fuimos a Bufeiz. Casi lo primero que hicimos al llegar fue ir a uno de los
muchos negocios de máscaras, a comprar una para el festival. Había mil diseños,
de mil formas y colores diferentes. Representaban animales y criaturas de todas
las galaxias conocidas, y las había con distintos adornos y símbolos que podían
elegirse según tu propio gusto, y según tu propio bolsillo.
Pasamos un buen rato eligiendo hasta que los
dos nos fuimos conformes. Además de las máscaras, habíamos comprado el
Proyector, una especie de máquina de humo, fundamental para que funcione el
dispositivo. Porque lo más importante de las máscaras no era cubrirse la cara
con formas graciosas, sino que toda la realidad cambiaba al tener una puesta.
El mundo se transformaba en lo que querías que fuera.
A través de la máscara, y con solo desearle,
podíamos proyectar imágenes, jugar con las formas y los colores, crear y
compartir cosas. En el centro del festival, en plena calle, cientos de personas
mostraban sus recuerdos, sus vidas, sus sueños. La gente podía conocerse a
través de las proyecciones donde veía los gustos del otro, su capacidad para
imaginar cosas nuevas o para proyectar en bellas imágenes lo que les había
pasado.
Naves increíbles, animales exóticos, músicas
extrañas, y hasta gente de otras épocas y espacios, todo se mezclaba entre la
multitud. Y alrededor de la muchedumbre, aumentando la ilusión de infinitud,
habían sido colocadas grandes paredes hechas de espejos. Mientras la mayoría
charlaba y conocía gente animadamente, muchos se observaban y examinaban a sí
mismos frente a un espejo. Me acerqué con curiosidad.
Disfruté lo que apareció. A través de la máscara,
pude ver la imagen de mí mismo que, casi sin notar, había creado. En el espejo,
yo era un poco más alto, y mis facciones eran más agradables. Tenía un aire de
inteligencia y rebeldía en la mirada. Y una sonrisa perfecta. Al principio me
gustó, pero después empezó a inquietarme. Ese no era realmente yo.
Me saqué la máscara. Por el reflejo, pude ver
atrás mío que mi mamá hacía lo mismo.
-Después
de un rato aburre, ¿no?- me dijo-. Ver tantas maravillas que se vuelven humo al
tocarlas.”
- ¿Algún día me vas a llevar a Bufeiz, pa?-
preguntó Hernán.- Yo quiero jugar a inventar cosas como el tío, o a viajar por
todos lados como vos.
- Sí, algún día si querés te llevo al
festival. Pero tenés que acordarte lo que te acabo de contar. Porque ahí fue
donde aprendí que todas las máscaras, hasta las más bellas y elaboradas,
terminan por caerse.
Me ha encantado!
ResponderEliminarJugar a ser quien quieras tiene un precio, al final puedes no llegar a saber quien eres realmente. Hay que tener cuidado con lo que se sueña, o con lo que se camufla el rostro.
Un abrazo, Lucas.